Un vinilo de sonido eterno
'El mar de vinilo' del poeta limeño Ludwig Saavedra, plaqueta publicada el 2013 por Paracaídas Editores.
El mar de vinilo es el segundo conjunto de poemas que nos ofrece Ludwig Saavedra (Lima, 1985), luego de la que fuera su primera muestra: Florece (Paracaídas Editores, 2010). Un rasgo reconocible de la continuidad presente entre ambos títulos es que su lírica procura girar alrededor de la búsqueda del sagrado ritmo. Creo que el lector puede comprender con claridad a qué me refiero cuando digo ritmo. Saavedra trata de organizar el texto de tal modo que tanto en su forma como en su fondo este alcance la plena armonía. Esto le permite ser un caso donde vitalismo se complementa con disciplina, o dicho de otro modo, donde sus impulsos creativos devienen en material de su exigente trabajo de artesano. Pero cuando hablo de la condición sagrada de dicho ritmo, el adjetivo no pretende ser un regalo al ego de Saavedra, sino más bien la constatación de la devoción que tiene —que contagia— por la poesía hasta el punto de colindar con la religión.
Existe fe en su escritura. Y esta expresión, aunque breve, resulta adecuada y precisa para describir la poesía de Saavedra, pues con los mismos términos nos señala dos aspectos distintos pero no distantes. El primero es el hecho de que se revela una suerte de fe en sus textos. Las imágenes que captura de la realidad y la realidad que imagina su cabeza así lo evidencian. Pues aquellos fenómenos —por darles el nombre más general posible—presentados en sus versos previamente han estado afuera, en la realidad, y luego tienen la capacidad de reproducirse otra vez ante nosotros. Es posible la transmisión de sensaciones entre el poeta y el lector. No hay conflicto con la escritura. Hay admiración, no angustia ni desconcierto: “Se convirtió un primer cisne / En blanca espuma de orilla / Rabia / Cristal roto” (p. 7). Una criatura es parte del mar y es, a su vez, una emoción que el poeta distingue en un solo instante. De dudar de sus palabras, de su capacidad, esto no sucedería.
Ahora, tal situación me da pie para referirme al segundo aspecto que he mencionado líneas más arriba. Existe fe, pero ya no únicamente en sus textos, sino adentro de sus textos. Y aquí “fe” hay que concebirla como una energía que sobrepasa a la conciencia y que mantiene vinculados a los diversos planos de la existencia. La naturaleza palpable por la vista y también la invisible para los dedos no escapan de la red de palabras que Saavedra extiende confiado en sus capacidad. Lo aparentemente incoherente para la lógica es verdad irrebatible para la poesía. Si el mundo encuentra dispersión, él descubre unidad: “El mar de vinilo / Suena en tus ojos / Ruborizando las flores / Del jardín de las delicias // Atesoro un silencio / Corazón hojarasca // Carne nocturna / Clara sombra / Cristal roto.” (p. 9). Esta sucesión de imágenes cava un pasaje entre lo tangible y lo intangible, entre lo propio y lo ajeno, entre lo interior y lo exterior.
La poesía para Saavedra es fe en las palabras y fe en su labor para con las palabras. Todo para saber compartir con los demás lo que le ha tocado vivir. Lo que deriva en que se halle en un permanente movimiento de un lugar a otro de la realidad. Así como “Al artero Apolo Musageta” —el dios de los poetas— “A quien sólo le importa pasear / Entre los quinuales azules del cielo”, así como “La Poesía es un viaje / El mejor de todos / Pero no hay puerto”, así como el “amor / Y su extático colibrí de cuchillos // Persiste en vuelo.” (p. 33). En El mar de vinilo, la música del mar, que es el ritmo de la naturaleza, se revela ante el poeta en todo su esplendor, eternidad y efervescencia. Le toca a cada uno atreverse a oír sin temor y con fervor.
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Literatura. Historia. Arte. Lima. Y también dibujo ciudades en mis ratos libres. @dinamodelima
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Cuando la mente vuela más que uno —y cuando, sobre todo, uno se lo permite— nacen este tipo de ideas. Aquí se las comparto.